Cohen, Peter (2003), The drug prohibition church and the adventure of reformation. International Journal of Drug Policy, Volumen 14, Número 2, Abril del 2003, pp. 213-215.
© Copyright 2003 Peter Cohen. Todos los derechos reservados.
Traducción: Alejo Alberdi y Beatriz Acevedo.

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La Iglesia de la Prohibición y la Aventura Reformista

Peter Cohen

En memoria de Giancarlo Arnao (1927-2000), autor de “Proibito capire. Proibizionismo e politica di controllo sociale”, Turín, 1990.

Cual fuera el origen de los Tratados Internacionales sobre Estupefacientes de la Organización de Naciones Unidas -ONU-, y dejando de lado la retórica oficial sobre sus funciones, el mejor modo de contemplarlos hoy es como textos religiosos. Estos Tratados han adquirido una pátina de valor intrínseco e incuestionable, y han ido congregando en torno suyo a una serie de verdaderos creyentes y prosélitos que se dedican a promoverlos, con su propuesta de una versión de la Humanidad en la que la abstinencia de ciertas drogas es un dogma, de la misma forma que otros textos sagrados prohíben ciertos alimentos o determinadas actividades. Las Convenciones de la ONU son, pues, el fundamento de la Iglesia Internacional de la Prohibición de las Drogas. La pertenencia a esta Iglesia ha llegado a convertirse en una fuente independiente de seguridad, y luchar contra los enemigos de la Iglesia, en una forma automática de virtud.

En la historia de la cultura occidental hemos conocido una gran variedad de iglesias. La más famosa es la Iglesia Católica, con su Oficina Central de la Fe con sede en Roma, sin olvidar la Iglesia del Comunismo dirigida en tiempos pasados por el Comité Central con sede en Moscú. Todas estas iglesias estudian y veneran textos fundamentales que no sirven para promover el conocimiento científico o el desarrollo social, sino para reforzar el propio dogma, la fe y el reinado de sus instituciones. Cuando hace poco más de un siglo, los Estados Unidos se inspiraron en razones que ya han quedado obsoletas, y redactaron las primeras versiones de los primeros tratados mundiales sobre estupefacientes, nadie podría haber previsto los resultados.

Pero, de igual modo, ¿hubo en su día alguien capaz de pronosticar las consecuencias de la redacción de los textos fundamentales de la Cristiandad o el Comunismo y del establecimiento de sus sedes centrales?

Desde un ángulo sociológico, la comparación entre los Tratados sobre Estupefacientes de la ONU y la Fe podría no ser inmediatamente evidente. Como ya escribí en otra parte (Cohen, 2000), el nacimiento del individualismo a mediados del siglo XVIII, con sus correspondientes batallas contra la dependencia, el colonialismo y la esclavitud, debe ser contemplado como el origen de nuestra mitología moderna sobre drogas y adicciones. Los conceptos de “droga” y “adicción” fueron expresiones sinceras de esta nueva ideología, que podríamos llamar la religión del “individuo libre”. Los nuevos movimientos y culturas criados en la cuna del individualismo nacieron y prosperaron con el propósito de llevar a la “emancipación” y a la “independencia” de personas y pueblos al mismo tiempo. El objetivo que había definido a la Humanidad anteriormente -adquirir la ‘gracia’ de Dios para el alma-, fue reemplazado a partir del siglo XVIII por la “independencia” y, posteriormente, por la “salud” física. Aquí, no trataré aquí las interpretaciones de estos términos pues no son relevantes para el propósito de este breve artículo.

De igual manera, las ideologías socialistas pueden entenderse como expresiones de la nueva visión sobre el individualismo y la libertad; siendo el marxismo la más conocida y estudiada de ellas,. Deberíamos entender que la Primera Internacional Comunista y el primer Convenio Mundial sobre Estupefacientes comparten la misma paternidad ideológica, ya que dieron lugar a imperios institucionales similares y tuvieron como consecuencia el mismo tipo de inquisiciones destructivas.

En la Iglesia Católica, las congregaciones del Sacro Colegio Cardenalicio -o sus departamentos administrativos- decidían en materia de santos, herejes y estrategias seculares de la Oficina Papal. Una de estas congregaciones –la del Índice- dictaminaba qué libros eran adecuados para los fieles y, así, en una de sus reuniones –el 5 de marzo de 1616- se prohibió la lectura de libros sobre la astronomía de Copérnico por ser “falsa y contraria a las Sagradas Escrituras” (Sobell, 1999)

En la Iglesia de la Prohibición también se celebran este tipo de congregaciones. En ellas, los Cardenales prohibicionistas comparan los textos sagrados con las políticas que se aplican en todo el mundo, y decretan si estas políticas son canónicas o no lo son. No tiene sentido tratar de mostrar a las congregaciones adónde nos ha llevado la versión antidroga de la emancipación, del mismo modo que no tendría sentido acudir a Roma para decir a los Cardenales que hay otras formas de llevar una vida ajustada a la ética y a la virtud que a través de Cristo o del seguimiento estricto de la Biblia.

Poco importa dónde se reúnan los Cardenales de la prohibición: en Viena, en Roma, en Nueva York... las escenas son idénticas. Los Cardenales allí reunidos no son elegidos para plantear problemas en torno a los textos sagrados, sino para crear fe, unanimidad y, posiblemente, gloria. Las burocracias que organizan estos conciliábulos son expertas en los textos e igualmente expertas en las reglas que sirven de guía para su fe.

Los burócratas de la Iglesia de la Prohibición no son contratados por sus conocimientos de sociología, farmacología, uso de drogas o de los problemas que causa la prohibición de las drogas para millones de personas, desde Málaga a Memphis, pasando por Moscú o por la esquina de mi calle. Los burócratas antidroga deben su empleo y su sueldo a su conformidad con la religión y a su utilidad para la Iglesia; y, por supuesto, sus lugares de trabajo quedan a menudo bien lejos del mundo de los usuarios de drogas o de los efectos de la política de drogas.

Y ¿qué hay de la reforma de las leyes de estupefacientes? No hay lugar para la reforma durante la celebración de las congregaciones, y los activistas a favor del cambio no deberían actuar a este nivel. Es tan probable que los cambios en el ámbito de las drogas tengan lugar durante las reuniones de la ONU, como que ocurran el Festival de Eurovisión.

Dado que la Congregación de Cardenales Prohibicionistas carece de ejército –a diferencia de los antiguos Papas o del ex-Secretario General del Partido Comunista Soviético-, sus verdaderos poderes se someterán a la prueba del tiempo. La propia Iglesia de la Prohibición no tiene otros poderes que los de la fe, la creencia, la intimidación y el temor reverencial. ¿Durante cuánto tiempo esta Iglesia podrá conservar sus poderes y prolongar su ortodoxia sin hacer caso a las pequeñas Reformas que se están dando en todo el mundo? Entre las Reformas citadas, están las salas de venopunción en Alemania, las leyes despenalizadoras de Portugal y los coffee shops en Holanda. Son también los programas –semisecretos- de intercambio de jeringuillas en Nueva York, así como también la abierta disponibilidad de jeringuillas en los supermercados de esa ciudad Toscana donde alquilaste una villa.

La reforma de la política de drogas se lleva a cabo en el nivel local, y la pequeña parcela de poder de la que disponen los reformistas no debería malgastarse peleando contra la Iglesia y sus congregaciones.

La política reformista sobre drogas está unida inextricablemente a las políticas y a las culturas locales. No puede haber dos sistemas idénticos de reducción de riesgos. Por tanto, las reformas primero se aplican y luego se diversifican en el nivel local. Sólo desde este nivel puede responderse a la enorme variedad de condiciones y retos que se plantean. Incluso bajo regímenes prohibicionistas brutales, los activistas del nivel local pueden actuar como voces y agentes de los ciudadanos que reclaman cambios. Desde los barrios a las comunidades, y de ahí hasta los pueblos, ciudades y regiones, la reforma puede llegar a alcanzar las capitales nacionales e internacionales.

Nuestras únicas posibilidades son locales porque allí podemos ser los expertos. En el nivel de las congregaciones nadie desea el cambio, y ahí somos los antiespecialistas. El cambio y la reforma son los enemigos de los Cardenales de todas las iglesias consolidadas, y muy especialmente de la Iglesia Prohibicionista. Los Cardenales temen los cambios y prohíben toda discusión al respecto. Aun cuando las voces a favor de la reforma suenan en los recintos sagrados donde se reúnen los Cardenales y sin importar si estos son obligados a escuchar, las palabras que salen de los labios de los reformadores se pronuncian en lenguas que los Cardenales son incapaces de entender o de traducir. Para los Cardenales, la mera comprensión de las palabras de los reformadores se puede considerar como una derrota ante las fuerzas del descreimiento, la falta de fe y la herejía.

Al igual que ocurre con la labor de la Congregación del Índice, el diagnóstico y la designación de las voces y los países heréticos es la savia que vivifica las congregaciones de la Fe Prohibicionista. (Los libros de Andrew Weil, Norman Zinberg y Lester Grinspoon han sido incluidos en listas alojadas en sitios Internet de los narcocruzados estadounidenses bajo la categoría de libros “peligrosos”, al tiempo que se anima a los ciudadanos “preocupados” a que pidan su retirada de las bibliotecas locales). A mayor detalle en la expresión de estas herejías, mayores medidas de seguridad a través de la Fe. Esta labor del Establecimiento debe ser reiterada cada cierto tiempo. Es un ritual altamente necesario para la Fe en la Iglesia Prohibicionista.

En resumen, el auténtico desafío a la legitimidad de los Tratados sobre Estupefacientes no radica en plantear iniciativas a favor del cambio a nivel de las congregaciones. La verdadera prueba llegará cuando algunos países o grupos de países se den cuenta de que los cambios necesarios en sus ciudades siempre chocarán con alguna frase o alguna coma de los textos sagrados. O, tal y como destaca Fazey en torno a este asunto (Fazey, 2003) “El cambio llegará cuando los gobiernos empiecen a saltarse de forma selectiva determinadas partes de las Convenciones”

Hasta ahora, cuando los países europeos han introducido cambios contrarios a los textos sagrados, ¡han comprobado que no pasa nada! Estos países se van dando cuenta que la Iglesia no puede hacer nada para evitar que reformen sus propias leyes o, al menos, sus políticas, y advierten –a veces para su sorpresa- que la Iglesia ni siquiera trata de impedirlo. Esto ya ha ocurrido en Alemania, Suiza, Holanda y otros muchos lugares.

Sin embargo, estos países descubren en ciertas ocasiones –como podría ser el caso en Canadá en un futuro próximo- que sus propias discusiones sobre reforma de las políticas de drogas a nivel local suponen un profundo desafío a la Iglesia de la Prohibición y sus Cardenales. En estos casos la autonomía de una nación podría verse amenazada, no ya por la Iglesia Prohibicionista, sino por su propio gobierno, cuando el apoyo a la Iglesia Prohibicionista prevalece sobre la Constitución. Hechos como estos impulsan al reformismo más allá del nivel local, promoviendo la formación de nuevas coaliciones entre estos países heréticos y, cuando estas coaliciones sean lo bastante sólidas, la reforma de las leyes sobre drogas podría elevarse al nivel de las Convenciones (Bewley-Taylor, 2003). Pero la reforma de la política de drogas no tendrá que esperar tanto. Los cambios que se están dando ya irán minando los cimientos de las Convenciones, del mismo modo que los pomposos cónclaves papales y sus feroces ejércitos no pudieron evitar que se produjera la reforma protestante y, con el tiempo, el vaciamiento de las iglesias, la práctica común del divorcio y la legalización del derecho al aborto incluso en España, en tiempos gobernada por los Reyes Católicos.

Los convenios internacionales sobre drogas están entre los textos más sagrados de la Iglesia Prohibicionista. En las reuniones de esta Iglesia, no importa dónde se celebren, se puede encontrar gente arrodillada ante ellos en las más ridículas posturas, pues para esta gente los textos contienen las palabras sagradas de la divinidad. Una perspectiva reformista ante los Tratados, o la negativa a postrarse ante ellos, supone una actitud muy peligrosa para las naciones, pues la creciente hegemonía de EEUU tiene como consecuencia un reforzamiento del extremismo y la ortodoxia. Cuanto más exploten esta hegemonía los Cesares estadounidenses, más se convertirán las Convenciones sobre Estupefacientes de la ONU en un símbolo de su deseo de definir y controlar a la Humanidad, de la misma forma que su Estado Gulag, su Ejército y su Armada de Portadores de Aviones son su expresión material.

Agradecimientos

Gracias a Harry Levine, Craig Reinarman, Peter Webster y Dava Sobell por su colaboración.

Referencias

Arnao, G. (1990). Proibito capire. Proibizionismo e politica di controllo sociale. Edizioni Gruppo Abele, Torino.

Bewley-Taylor, D. Challenging the UN Drug Control Conventions: Problems and Possibilities. International Journal of Drug Policy 14, 171–179.

Cohen, P., 2000. Is the addiction doctor the voodoo priest of western man? Addiction Research 8 6, pp. 589–598 Special issue.

Fazey, C., 2003. The Commission of Narcotic Drugs and the United Nations International Drug Control Programme: politics, policies and prospect for change. International Journal of Drug Policy 14, pp. 155–169.

Sobell, D., 1999. Galileo's daughter, London, Penguin Books.